«El dia de Pasqua Pepico plorava perquè el catxirulo no li s’empinava». La frase incluida en una de las tantas versiones populares de la tarara sirve de presentación para el tema de esta semana. Revivimos la historia de una tradición que inevitablemente inunda de emotividad a aquellos que la han vivido. Hacer volar la cometa, fue, es y será una diversión única. Esta es la tradicion valenciana de volar el cachirulo.
Créanme, no tengo allegado alguno que las fabrique. De hecho, quizá sea un entretenimiento incomparable porque a menudo se construye en el propio seno familiar. Por si fuera poco, dota de una gran sensación de libertad asociada al espacio abierto en el que se practica y al viento imprescindible para lograr el propósito. El acto resulta fantástico en sí: mantener en el aire un objeto. Añádanle la mona y el ‘esclafit’ del huevo en la frente de algún amigo o familiar. ¿Resultado de la fórmula? Sentirse vivo.
Se trata de un objeto popular. Como se ha indicado, en el pasado valenciano muchos de los cachirulos eran artilugios caseros, circunstancia que facilitaba la comunicación familiar durante su elaboración, y, para qué mentir, que ocasionalmente se crease un auténtico engendro de cometa. Sin duda, su construcción era y es una lección de cultura del esfuerzo en toda regla. Lo esencial es que sea capaz de surcar el aire. Aunque existen diversas variedades y tipos, los materiales básicos para su elaboración son: tres cañas, papel y cuerda de palomar. Por supuesto eran necesarios otros objetos en el proceso. Estos denotan cómo cambian los tiempos. Antiguamente se doblaba el papel varias veces y se cortaba manualmente. La perforación de las cañas para posibilitar el paso del cordel se realizaba con un punzón antes puesto al fuego.
Para ambas tareas hoy empleamos las tijeras, aunque obviamente, no significa que entonces no existiesen. Del mismo modo la cola para pegar el papel al armazón no era de una marca comercial, y sí tan artesanal como puede ser un pan casero. Era una mezcla de harina y agua que se hacía hervir hasta conseguir un aglutinante llamado ‘pasteta’. Para enriquecer su vistosidad, siguen vigentes los retales coloridos para el remate, ‘la cua’ de nuestro objeto volador sí identificado.
Les aseguro que no es preciso ser Calatrava para alcanzar el éxito. Además siempre está la opción ensayo, error, ensayo, etc. Incluso podemos contar con la inestimable ayuda de algún vídeo explicativo de la red. Sí, a veces también colabora en mantener vivas las costumbres. Sin menoscabo para la madre de las ciencias, ya saben, la experiencia.
Cabe señalar que el ritual familiar de construir el cachirulo ni fue ni es imprescindible para disfrutar de una tarde pascual empinando el artefacto. En este sentido también se vislumbran notables cambios. En otro tiempo, comprar un cachirulo podía ser incluso una obra de caridad. Casi un siglo atrás, en abril de 1924, el Círculo de Bellas Artes organizaba un concurso-subasta de meriendas y de cometas decoradas por artistas. Con los beneficios obtenidos se compraron las monas de Pascua a los niños más necesitados de la ciudad. Las transformaciones no se quedan en lo anecdótico. Al menos desde principios de la centuria pasada existían en la capital, en los alrededores de la plaza Del Mercado algunos comercios tradicionales que en vísperas de la Semana Santa llenaban sus escaparates de cachirulos.
En la actualidad se llevan la palma jugueterías y los ‘bazares multiprecio’, en su mayoría regentados por la comunidad china. No es que sea un capricho del destino, porque en los citados negocios es complejo no hallar cualquier producto, pero sí resulta curioso dado el origen de las cometas. En cualquier caso, algunas fotos antiguas de cordelerías desaparecidas con sus frentes totalmente abarrotados de cometas son testimonio fidedigno del impacto que tenía en la sociedad de antaño «empinar el catxirulo» durante las fiestas que se aproximan. De hecho, se montaban obradores exprofeso en la ciudad para satisfacer la gran demanda, cuyas condiciones laborales, a tenor de la edad de los empleados, también eran de otro tiempo.
Fuente: Las Provincias